domingo, 20 de diciembre de 2009

Emilia Romagna

Han pasado muchas cosas en los últimos días; mucha cocina, poco tiempo de escribir, un poco de pereza, frío y Bogotá. 
Diciembre es caótico, desordenado, delicioso. Uno come en exceso, se reencuentra con la familia, los amigos y las multitudes exitadas haciendo de todo por la calle. Los centros comerciales pululan, sudan y hieden, la gente se vuelca a comprar lo que no necesita, hace mercado en familia (cosa que, con el perdón de todos los que lo hacen, debería ser delito, porque no hay nada más isoportable que la democracia a la hora de llenar un carrito de mercado -el "todos opinan" es una grosería capital-, y porque entorpece la actividad de quienes disfrutamos en exceso de caminar y explorar las góndolas, sonreir ante una fruta madura, emocionarse ante un producto nuevo...), llena los carros -en muchos casos carcachas-s y circula por las calles rotas bogotanas viendo la iluminación sectaria y hedionda (no toda, pero casi toda), acompañada de la mazorca, el chorizo y la basura... hay mucha gente en Bogotá. Pero también huele a buñuelo y hace MUCHO frío. Extraño la nieve y sueño con la navidad blanca, esa que exige que uno se prepare un vino caliente, un chocolate con marshmallows, una sopa Hearty en el sentido más literal. La navidad trae consigo su carga de magdalenas y eso está muy bien, pero este año el reto es balancear esa nostalgia por lo que sabe a navidad (galletitas, buñuelos, pavo y ensalada de papa, ponqué negro, vino...) con lo nuevo y distinto (la cena no va a ser tradicional, y punto).

Hoy quiero escribir sobre Emilia Romagna, un restaurante que a mi juicio hace la mejor comida italiana de la ciudad de Bogotá (yo sé que a muchos les gusta DiLucca, tiene ambiente, la comida es cremosa y saturada de queso,  los platos son satisfactorios, pero siendo honesta, eso no es italiano sino de nombre. Luna es un asco y las cartas monumentalmente largas de todos los intentos italianos de Leo Katz deberían desaparecer de la tierra porque son tan generales que la personalidad se queda en la puerta). 
En Emilia Romagna hay muchas cosas maravillosas, principalmente una carta corta y personal, que denota un trabajo de la región que abarca y de los productos que se consiguen o puede transformar en este trópico. Los platos son clásicos, sin mayor adorno, puro sabor. Nunca había sentido en esta ciudad que la comida era tan protagonista, y, aunque a ratos le falta un poco de sal  (y siendo justos si es refisal es una mala calidad de la sal la que no nos permite gozar de sazón impecable), todo sabe bien.  Recomendadísimo: espárragos con huevo, aceite de trufa y mucho parmesano bien rallado (nada de alpina),  buena salsa de tomate (si usted le dice a un italiano italiano, napolitana, con mucho gusto recibirá un zapatazo tipo Bush, porque eso es un invento, creo yo, como muchas otras cosas, de un paisa), buen pan, pasta al dente, sabor intenso de cocción lenta y cuidadosa en ragús. La parrrilla funciona bien. Para destacar:
1. Una aunténtica rueda de Parmigiano Reggiano lo recibe a uno en el "lounge" del sitio (que asco de concepto ese de la sala de espera en inglés: en este hay unos sofás que parecen hechos para enanos, pero, conociendo ya la carta y la comida, se le perdona). Volvamos al queso: 40 kilos de puro sabor a cielo (otro producto de mi cielo) y en sus platos, copiosas cantidades de buen sabor para complementar ensaladas, antipastos calientes y pastas.
2. Maticas de albahaca morada y verde como adorno/ souvenir. Vale la pena comprarse una en materita de madera y usarla con amor en todo (pienso en Miguel Vaca y una conversación que tuvimos sobre la famosa hierba y su sublime sabor: magdalena).
3. Platos calientes. Es un placer comer calientito. ¿O no?
4. Una carta de postres sin tiramisú (volviendo a lo de DiLucca, falso tiramisú).  Les falta ampliarla pero usan productos interesantes, mezclan frutas con hierbas, hay gelatinas y gelattos... amaretti. :)
Para olvidar: un sommelier inepto que no sabe decantar, servir y dejar catar vinos que merecen un servicio digno. Unos meseros que no saben explicar la carta bien y que además son lentos y perezosos...
Sin embargo, todo lo malo se olvida cuando los gnocchis di manzo llegan a la mesa y las verduras estñan tiernas, el marrón del ragú es intenso y el sabor lo respalda todo. No tanto perejil, no tanto disfraz: al grano. El mejor italiano de Bogotá.

Otras generalidades de diciembre:
ODIO que me empujen en la caja de un supermercado porque no entienden que pegarse y respirarme en el cuello no os va a hacer llegar más rápido a su destino. Odio la natilla con moscas (uvas pasas) y las 800mil cajas de galletas para navidad que saben todas a lo mismo y que a lo largo del año se consumen bajo el nombre galleta de leche.
AMO: el ponque ramo de navidad (aunque recomiendo, hago la cuña porque lo he probado y es maravilloso el de Bittersweet www.bittersweet.com.co ), los buñuelos con todo (el olor de los buñuelos es más poderoso que el de la magdalena original), la oferta de carnes de todo tipo en los mercados para esta navidad (conejo, cordero, marrano, pato y hasta cornish hen), el queso holandés navideño y las cerezas chilenas (aunque el precio me desinfla) y hacer mercado en Bogotá despierta, sonriendo y explorando...
Extraño este año la cerveza águila imperial, con quesito holandés me recuerda a mi época pre chef profesional, a mis amigos, a mi padre y a la fiesta... una era suficiente par sentir ese mareíto bacano con el que me gusta pasar los días posteriores a la navidad, esos que marcan el fin de un año.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Acción de gracias


Para el 26 de noviembre hice la cena de acción de gracias, acompañada de buenos amigos y  familia, que, para quien no lo tenga claro aún, son mi vida y mi razón principal para cocinar.

Para crear el menú, me guié por una excelente columna de Mark Bittman (recomendadísimo para todos aquellos que tengan una sensibilidad hacia lo culinario), quien, días antes, hizo un post en el NYT en el que sugería recetas para lo que los italianos llaman "contorni", esos platos que complementan lo principal, que en este caso es el pavo y que hacen en realidad de la cena de acción de gracias lo que es. Lo que me pareció más interesante de su post, aparte de unas fotos que necesariamente producen ganas de cocinar y comer, y que quiero compratir con quienes me siguen, es que las sugerencias de Bittman fueron una invitación a crear mis propias versiones de los clásicos acompañamientos del Thanksgiving. En su post él hace 101 sugerencias sin  dictarnos recetas exactas. Esa idea de proponer combinaciones y narrarlas en pocas líneas, de permitir de alguna manera distintos caminos para conducir a Roma, me pareció genial. Bittman nos fuerza a trabajar con el paladar y la memoria, nos fuerza de alguna manera a buscar nuestra magdalena. Es idea minimalista me ayudó a crear mi propio menú:

  • Sopa de acción de gracias (shot) VER POST DE LA SOPA PARA LA RECETA
  • Pavo en salmuera de hierbas (el pavo limpio y sin menudencias se sumerge en una salmuera -agua con sal, azúcar y hierbas que se calienta para disolver sal y azúcar y se deja enfríar antes de sumergirlo- 3 días antes del horno, y el día de prepararlo se escurre y se embadurna con mantequilla y hierbas y se hornea)



  • Salsa de cranberries con naranjas confitadas (la venden lista, y se puede mejorar: jugo de naranja, vinagre de vino tinto, pimienta y por encima piel de naranja confitada)
  • Arroz salvaje y quinua con salchicha y romero (salchicha de pavo, cebolla, granos cocinados en caldo, romero picado, aceite de trufas)

  • Cebollitas con jengibre ajo y picante (hervidas para pelarlas y luego salteadas)


  • Espinaca con sultanas y piñones (más fácil, no se puede: ajo, espinaca baby, sal y por encima el resto)


  • Cacerola de papas con puerro (papas riche y criollas precocidas, puerros salteados, crema de leche y queso parmesano)


  • Helado de leche condensada con pecanas (cortesía de otro blog, delicioso)
  • Bombones de Caco Sampaka (intercambio)

Fue una cena deliciosa, con luces y sonrisas, pero sobre todo, debo decir, personal.

Este es el link a la nota de Bittman, y para mí es una puerta para una idea que tengo que desarrollar:
http://www.nytimes.com/2009/11/18/dining/18mini.html?pagewanted=1&_r=3

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Recuerdos de Thanksgiving

Hay mucho que agradecer en la vida. Para mí la mejor manera de agradecer es diseñar, preparar y compartir una comida, disfrutar la preparación previa, planear y crear, lidiar con los imprevistos inevitables de cocinar, hacerlos parte de mi día y sentarme exhausta a disfrutar de buenos sabores y buena compañía. Beats the church and its guilt driven thankyou.

Este año así será, espero. Sin querer decir que no hubo felicidad antes, este año la he entendido y la he gozado en la mas íntima de las maneras, en mi casa con mis cosas. En regar mis maticas, en mi café de terraza (con cigarro), en comerme un  pan de banano hecho para no botar el banano maduro (resultado inevitable de vivir solo y amar el banano es que no alcance uno a comérselo antes de madurar en extremo) en escribir recetas y vivir de mi pasión en la vida que es cocinar. Po eso estoy diseñando un thanksgiving mio. Hace días que ando sumergida en lecturas maravillosas sobre pavos y salsas, chutneys y rellenos. Y aunque en Colombia no se celebre el día de acción de gracias, lo cierto es que quiero celebrarlo. Es una excelente tradición, tal vez con otros propósitos, sobre todo culinarios, pero también es justo dar gracias por un año lleno de cosas magníficas.

Mi rimer thanksgiving fue en Bogotá 2002, en la casa de una amiga especial que me dio la oportunidad de sumergirme en mi preciada profesión antes de irme a estudiar. Se hizo un pavo espectacular (lo hizo su esposo gringo y me acuerdo que tenía un relleno de arroz salvaje, hongos y cranberries)  y me acuerdo por supuesto de ese pie de calabaza que nunca había probado y que hoy tanto añoro. El thanksgiving sin duda se me hizo entonces un ritual necesario una vez al año para dar gracias y para cocinar mucha comida deliciosa.

El segundo, y en el que tomé por primera vez parte del ritual como cocinera, fue en la casa de Joe, un crush/ amigo/ perro/ cocinero con suerte que me invitó a su casa "all american" en Connecticut en el 2005, un mes antes de mi grado. Mucho drama personal hizo que esa celebración fuera siginificativa para mi existencia y que aunque me sintiera como un trapo por escoger entre mis amigos, quisiera mucho más a dos hombres que hoy aun son mucho más que unos conocidos que preguntaron sin tapujos como era posible que una colombiana fuera su tutora en inglés en la universidad. Fueron mi familia y en ese sentido, esa invitación me hizo sentir, estando lejos de mi casa, en casa (es cursi, pero ni modos, fue clichesudo el encuentro).
Desde que nos levantamos, mientras Joe dormía en su cama de infancia, Tim (mi otro gran amigo)  y yo nos fumamos unos cuantos cigarrillos mientras hacíamos un ridículo plan de preparación y botábamos corriente en unos escalones de puerta trasera llenos de nieve que siguen siendo mágicos para mí (la nieve me pone hipersensible, y qué). Planeamos muchas salsas y acompañamientos, puré de papas con ajo (sin ajo era sacrilegio para ambos), puré de batatas, habichuelas con piñones y mantequilla quemadita), salsa de cranberries, gravy de pavo, maíz con crema (nunca había comido algo más sutil y delicioso), relleno con pan salchicha andouille y manzanas verdes, quesos con frutos secos, oporto y pinot noir oregoniano...  pie de calabaza, miel de maple en algo... era una empresa ambiciosa. Pero nuestra.  La casa de Joe empezó a llenarse de mesas auxiliares con manteles de colores, mesas para los niños y los adultos en el comedor, la cocina, los pasillos y las salas. Una vez levantado el bello durmiente (cuando dormía en mi apto me tocaba literalemnte jalarle las patas para que se parara de la cama al medio día) llenamos la cocina de ollas, sacamos los cuchillos y los utensilios y bailamos por horas, poco a poco tachando items de la lista de estudiantes sumamente confiados en sus habilidades. No comimos nada, tomamos Bushmills y vino como locos y esa otra prenda, ese high alcohólico, no impidió que produjéramos una comida excelentísima.
El pavo principal era groseramente grande, pero además teníamos otro para "jugar". El más grande lo marinamos con mucha pompa, lo metimos en una salmuera, le pusimos hierbas y lo horneamos con mantequilla clarificada por horas mientras un olor increíble atraía cada cuarto de hora a un nuevo miembro de la familia Rinaldi. El segundo pavo fue víctima de un experimento popular en Estados Unidos que es fritarlo en un cilindro al aire libre. La advertencia de seguridad era inminente e intimidante: de no hacerse bien, era posible que el pavo explotara y uno se quemara como si estuviera jugando con pólvora hechiza (para dar una referencia colombiana), así que lo hicimos frente a la cocina en un espacio "ideal" para tan riesgosa empresa (juro que la casa de Joe era igualita a la de american beauty en donde todo es perfecto y hay espacio para 5 carros, jardín de hierbas y tulipanes, cocina monumental, tres cuartos extra para invitados con quilts perfectos, una sala para ver football y fumar cigarros cubanos...) . Joe, a pesar de ser un perro jodido y a veces, debo decirlo, malparido, contaba con una suerte de estrella de Hollywood, así que por supuesto armó la vaina en segundos y el pavo le quedó AMAZING. Mientras ambos pavos se cocinaban, creamos frenéticos los contornos de semajante delicia, con una ayudita de la mano criminal que se nos dio por tener justo antes de graduarnos. Memorable (otra magdalena) una tabla de quesos artesanales gringos. 
El pavo lo tajó el patriarca Rinaldi, y nosotros, demasiado ebrios de felicidad por alimentar a los demás - complejo de cocinero- ya no podíamos de comer. Llenamos los platos de 40 personas con 5 o 6 preparaciones distintas (el juego de textura y color es otra razón más para amar esta tradición regringa).
¿El resultado? Es verdad que esa cena a deshoras (para nosotros a las 5 no es hora sino de bizcocho o roscón y colombiana) dura una eternidad sobre todo si uno solo llena su copa de vino y más vino mientras ve como la gente literalmente se llena de comida y procede a un sofá a hacer una digestión que solo puede ser interrumpida por un tedioso y reculo partido de fútbol americano. Nosotros los cocineros sabíamos qué era lo más rico de las bandejas que poco a poco se vaciaban, por lo que dejamos que todos se llenaran y mientras tanto tomábamos en silencio y "con despacio": las piernas del pavo y una tabla grosera de quesos robados que trajimos de contrabando cortesía de American Bounty y de nuestra muy costosa educación culinaria, vendrían "al rato" (paréntesis para decir que me parece increíble que Chef Eisenhower nuestra estricta chef en jefe, igualita a la pequeña Lulú, perversa pero justa, furiosa pero excelente profesora, habría armado un escándalo de proporciones épicas si hubiera visto el gramaje y la calidad de quesos que "tomamos prestados" de la despensa inmaculada del restaurante). Nuestra cena vino horas después. Los del clan Rinaldi, una típica familia italonorteamericana llena de hombres altos, atractivos y ojiclaros, nos aplaudieron, llegaron hasta los vecinos... nosotros ya estábamos más allá del bien y el mal, pero admito que el poder y el éxito fueron maravillosos para mi confianza como cocinera.

Hace un año hubo otro pequeño pero siginificativo Thanksgiving en la casa de Mariana, para darle gracias a la vida por los niños, y por muchas otras noticias positivas que cada vez son más y más seguidas. Huo regalos anticipados de matri, celebraciones de trabajos y logros, y 6 amigas brindado porque la vida es muy buena. Hicimos una comida modesta y corta, pero todavía me acuerdo de chuparme los dedos comiendo esa combinación tan espectacular de pechuga de pavito con salsa de cranberries. Comimos un relleno de chorizo con manzanas, papas en cacerola con sour cream, un gravy tradicional, y habichuelines, y de postre una deliciosa panacotta que hasta la fecha Tico ama. Fue muy lindo. Durante todo el evento Vicente, que tenía  apenas unos días de nacido, dormía,  y su mamá daba las gracias.

Y este año, pues amerita algo más grande y pomposo. Fotos e impresiones en un próximo post. Por ahora le doy gracias a la vida sobre todo por permitirme vivir mi cocina.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Libros de cocina. Ad Hoc at Home. La última Cena.



Me encanta comprar libros de cocina y leerlos cuando quienes los escriben sienten pasión por lo que hacen; los textos siempre terminan por decir lo que ya sabemos, pero que muchas veces damos por sentado: La cocina es un placer.

Este año he tenido la fortuna de comprar y leer (quiero pensar que escribir también) una cosecha extraordinaria de libros, encabezados por Cerdo y yo, un libro acolchado que respeta y glorifica su tema, el cerdito, que juega con su delicia y produce una sonrisa hasta en un vegetariano. Seguidos por el magnífico códice de Michael Ruhlman, Ratio, un libro que realmente define la cocina en fórmulas y nos fuerza a crear recetas, a experimentar; pasando por los dos tomos de The Art of French Cooking de Julia Child, la famosa chef y gigante gringa que nunca encajó, fue tal vez una de las primeras en tener una filosofía de cocina que buscaba hacer más placentera la cocina cotidiana aligerando esa idea de que los chefs son del Cordon Blue y su trabajo es inalcanable. Tal vez su torpeza corporal la ayudó a llegar a la conclusión de que no es tan grave untarse, dejar caer algo al suelo, quemar la comida, etc. En su programa de televisión varias veces decía ese famoso y muy usado uuuuups cuando la televisión era en vivo y si algo pasaba, tocaba reponerse al instante (as opossed to a certain someone). Estos dos tomos enormes como su autora (las colaboradoras me importan un bledo) son la prueba de la filosofía de Gusteau, el chef muerto de Ratatouille, con la ventaja de que a la vez que simplifica esa mítica cocina a la antigua, la condimenta con consejos y razones; una vez más, la cocina es cuestión de apropiarse de las recetas y hacerlas nuestras.


Por último está el libro responsable de este Post: Ad Hoc at Home, de Thomas Keller. Este es un libro que quisiera haber escrito (escribí mi versión) y que quisiera comprar en cantidades industriales (imaginen un container bien pesado) para regalar a los que más quiero, porque es puro amor por la cocina. Tal vez lo más conmovedor del libro de Keller no sea la redacción personal pero a la vez profesional de las recetas (que me parece acertadísima: dice en sus recetas, a two finger pinch of salt, forzándome a mirar mis dedos, y eso me encanta), los momentos bombillo o las fotos espectacuares de ingredientes y recetas. Lo más lindo es que luego de la introducción, Keller tiene el gesto más bello del mundo: comparte con nosotros, sus lectores, la receta que le preparó en la última cena a su papá, quien literalmente murió con la barriga llena y el corazón contento. Había leído en el NYT que Keller vivía al lado de su papá y que cumplió su último deseo, ese que es inevitable pensar cuando se es cocinero de llevar en un plato una plétora de emociones, tal vez demasiado íntimas, poéticas y catátricas: la cena antes de la muerte. Por supuesto que idealmente ese momenro debería ser íntimo, preparado por y para nosotros en soledad; pero llevarla a otros, en mi opinión, debe ser la satisfacción más grande, sobre todo si se trata de alguien a quien conocemos y a quien podemos complacer quizás tanto más que si lo ayudamos a morir con dignidad. Mi visión de la muerte, debo aclarar, no es de sufrimiento sino de descanso, y no creo que ser un vegetal haga sentir mejor a nadie; quiero morirme comiendo, o durmiendo después de una comida maravillosa. Vivimos en una sociedad que no celebra esa iluminada certeza de morir tranquilo, y que siempre reprocha valentía y seguridad; pero qué bonito poder llenar esa barriga antes del sueño eterno, pienso yo.

La última cena varía mientras pasa el tiempo, se refina cuando estamos en el pico de nuestra existencia (cuando creemos que somos capaces de todo), y vuelve a lo que debe ser: lo más simple, lo que nos hace sonreír, lo que inevitablemente nos produce paz y aceptación. Creo que el gesto de hacerle a su padre su comida favorita, es la mejor manera de amar y homenajear, de honrar esa relación y de entender la muerte. Dice Keller, dando su primer consejo bombillo: "The first lightbulb moment I want to offer is one I was lucky to realize in time, and hope others will too. It my seem obvious but it's worht repating: take care of your parents."

Y digo yo, I will take care of mine (la familiua para mí es mucho más que sangre). Y de paso, porque me conozco y me quiero, of myself.

viernes, 30 de octubre de 2009

Gourmand

Estoy feliz, estoy feliz, estoy feliz. Cuando las cosas se hacen bien, se ven los resultados: nominada la colección para los permios Gourmand... como para que una cierta Neura se de cuenta... jajaja. Para Natalí y Caro, nos espera una cena de celebración de nominadas, porque las quiero mucho mucho. Y ya, más adelnate más información. Por ahora, drunk on happiness.

lunes, 19 de octubre de 2009

Sobre ser chef y cocinero

Extraño mis clases de cocina, básicamente porque es muy divertido contestar preguntas como si uno fuera un doctor explicando una enfermedad. He contado con muy buenos alumnos, curiosos y bastante apasionados y ha sido un intercambio estimulante e interesante para todos. Hace ya unos buenos meses que no doy una clase y extraño ese intercambio directo, ese sentido real que me gusta transmitirle a los alumnos sobre cocinar y ser cocinero.

Decía el famoso chef de Ratatouille, Auguste Gusteau, que cualquiera puede cocinar. Sin duda el épico crítico de cocina Anton Ego (su nombre es para mí el mejor epíteto de la historia) matizó de manera magistral esa afirmación al decir que no cree que cualquiera puede cocinar, pero que un buen cocinero puede provenir de una fuente inesperada. Esa idea me ronda siempre al escribir una receta o un texto sobre cocina, al dar una clase, al cocinar en mi casa lejos del glamour que la gente presupone que hay en una cocina profesional. ¿Qué es ser chef? Claramente no es glamour, ni la vida transcurre en una cocina inmaculada y llena de electrodomésticos de diseño, como algunas películas y programas de televisión hacen creer; no es tampoco un oficio indigno y sucio, es un oficio en el que sin duda, pienso yo, debe haber un nivel de masoquismo y una tendencia a la obsesión. En un chef hay un respeto profundo por la cocina, así como simultáneamente un odio por la rutina, esa que es la que le permite al mismo tiempo la satisfacción de ver una sonrisa en su comensal (que por supuesto, muchas veces, es uno mismo). Hay una contradicción abismal y es en esa contradicción que el mundo para un chef tiene sentido.

No estoy teniendo una crisis, de hecho nunca había sido más feliz de ser chef. Tal vez porque he comprendido que tengo un poder en mis manos, un poder en mi boca, en mi espalda adolorida, en esas ollas que detesto lavar al final de mi trabajo. Y porque me descubro sonriendo ante una idea, en la ducha o en frente del computador; porque me encuentro obsesiva y me gusta, porque abrazo el masoquismo y lo uso para hacer sonreír, pero sobre todo porque veo un chefcito en potencia en todo el mundo (bueno hay excepciones) porque he descubierto que el conocimiento que tengo, lo tienen todos por ahí, unos más a flote que otros, pero todos pueden acceder a él. El camino hacia el éxito, ese sí lo labra cada cual.

Bueno, pues aunque sí me parezca que cualquiera pueda cocinar, porque, no nos digamos mentiras, todos tenemos que comer, no todos cocinan con pasión y obsesión, y no tolero esa maldita frase de cajón de... es que no me queda tiempo. Acepto que a no todo el mundo le guste o le nazca, pero, ¿tiempo?, ¿en serio? Hay que comer y bien. Lo de la fuente inesperada es una reflexión sobre la obsesión, sobre una característica marcada que pienso que diferencia a los wannabes de los que cocinan de verdad. Los que se atreven, los que se untan y aunque les toque lavar una cocina inmunda y pegachenta, se sientan a comer y lo gozan o pasan un plato con una sonrisa interna (es interna y uno se sonroja con el cumplido) y luego observan en silencio como los demás comen.

La escena que inspira esta entrada es el übersexy Doctor House, luego de su rehabilitación numero mil de Vicodín… En la escena que más he disfrutado de su serie, el House reemplaza su dependiencia a las pepitas del tarro naranja, por la cocina. Va a una clase con su inseparable y pisoteado amigo Wilson y luego de burlarse de ese hobby snob que constituye para él la clase de cocina de ejecutivos en delantal, entra en un high de cocina italiana que me tuvo al borde de un ataque mortal de risa. En el primer contacto, el Dr House cumple mi fantasía de preparar albóndigas; no lo hace por placer y resuleve el humo que sale inminentemente de su sartén usando su conocimiento sobre la coagulación de la sangre con un poco de ácido. Pero eso no es lo mejor, luego de esa clase House se descubre cómodo en la cocina de su casa (o sea la de Wilson) y se aventura a cocinar recetas elaboradas: revuelve lentamente un ragú de buey y salchichas de cerdo, enrolla sobre un perfecto mesón de madera unos gnocchis… la cocina se vuelve terapia. Nadie se resiste a ese sabor. Por supuesto que a él se le vuelve una obsesión (sería un gran chef) y usa lo que conoce para ayudarse (prepara algo con una jeringa)… llega al punto de no dormir. Bed is for sissies, reza. Lo mismo digo yo.

viernes, 16 de octubre de 2009

folletín de sopas: una sopa de otoño para un día yerto, como diría mi mamá

Hoy me aventuré de nuevo con las sopas, y el resultado fue una epifanía maravillosa, que me hizo olvidar por un momento que hace tres semanas no mastico nada (bueno, excepto un slip ínfimo y nocturno el día de depeche mode, pero ese no vale tanto, y las calorías se quemaron.

Lo que hice me supo a otoño puro (mi estación favorita, en realidad la única que extraño de mi vida fuera del trópico), me llevó como a Ego en Ratatouille a Hyde Park Ny, a los manzanos que había en la calle de FDR Mantion, a los árboles sin hojas y por ende a los tapetes coloridos de hojas del color del atardecer en las calles; me recordó a los lattés de calabaza de Sratbucks, al helado de calabaza de sonic (que es una vergüenza, pero es lo más maravilloso que probé con Suzanne en camino a Arkansas y que luego extrañé como nada) , al pie de calabaza con masmelitos que hacen los gringos en molde desechable redondito, al cielo.

He decidido hoy escribir un folletín de sopas para compartir con todos y para reivindicarme once and for all con las sopas. Las amo. Esta, con variaciones que se me han ocurrido desde que la probé, se va a llamar sopa de acción de gracias, y la vuelvo una institución, porque la vuelvo.


Sopa de acción de gracias
Para 6 platos grandes

1 ahuyama peruana de más o menos 1 lb, picada
2 manzanas gala picadas
1 cucharada de aceite de oliva
1/2 cebolla cabezona en julianas
1 cucharada de jengibre picado
1 diente de ajo
1 ramita de tomillo
1 cucharadita de comino en polvo
sal y pimienta recién molida (nada de adefesios en polvo que no saben a pimienta)
3 tazas de caldo de pollo (para la acción de gracias, de pavo)
1/2 pechuga de pollo desmenuzada (para la acción de gracias, pavo)
1/4 de taza de suero costeño

Toppings (sí, hay más)
2 cucharadas de queso azul desmenuzado
2 cucharadas de nueces del nogal picadas (pueden ser piñones, o para acción de gracias, pecans)
crutones de manzana caramelizada... el cielo.

en una lata de horno ponga las manzanas y la ahuyama peruana pelada y cortada en cubitos, rocíe con un poco de aceite de oliva y pimienta negra recién molida y lleve al horno a 190C/ 375C por al menos 45 minutos, o hasta que la ahuyama esté blandita.

En una olla grande ponga a saltear en aceite de oliva la cebolla, el jengibre, el ajo y el comino. Baje el fuego y deje que las cebollas se suavicen, sin caramelizar del todo. Añada las calabazas y las manzanas cocinadas, mezcle y agregue el caldo y el pollo. Deje cocinar un par de minutos, licue y regrese a la olla (no hay que lavarla). Agregue el suero costeño, revuelva bien, pruebe y ajuste sal y pimienta ( yo ajusté hasta el comino).

Sirva en platos hondos (es demasiado rica para ponernos minimalistas) y por encima, ponga su topping favorito (yo le puse queso azul y no me arrepiento, sabe mássssimo.



Las variaciones de acción de gracias son con pavo, y le podría añadir cranberries, incluso chips de batata como topping... Otra variación, cortesía de otra sugerencia que me mandaron por el interno, es hacerla con pato... dios, puede ser que esa sea la entrada de mi última cena... Otra idea, tocineta como base de grasa (mucha caloría para la dieta, pero aguanta...)

Acá no hay otoño, ni acción de gracias, pero caramba, el frío que hace hoy en Bogotá (eso que no llovió y me di un lujo de caminar por 25 minutos con un viento magnífico) amerita una sopa que los gringos bien llaman Hearty. Los invito a prepararla o a mandar sus variaciones.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

una entrada corta, una sopa memorable

Estoy escribiendo un libro contrarreloj sobre galletas y en dieta líquida, así que tengo la ansiedad más que alborotada. En esa horrible necesidad de alimentarme de líquidos (jugos y sopas) creé una sopa hoy que me reconcilió del todo con la categoría sopa: maíz ahumado con pimentón, lomito y pimetón picante español. La comparto. Luego recuerdo.

Poner media cebolla, 1/4 de tallo de apio y 1/4 de pimentón rojo a dorar con poco aceite de oliva, agregando sal y pimienta, tomillo si les gusta. Cuando las verduras estén blanditas, dorar el lomito en cubitos (no tiene que ser un montón, una manotada para 4 sopas grandes), agregar maíz desgranado (puede ser del de lata) y caldo de pollo, humo líquido, mezquita, pimentón picante al gusto (confianza en el ojo) y dejar cocinar el maíz. Licuar y ajustar el sabor (probar y no ser remilgoso) y dejar que se caliente bien antes de servir (no colar porque queda un agua; si está muy espesa, agregar agua o más caldo). Para quienes no estén en dieta, acompañar con suero costeño, queso crema, totopos... tyhe sky is the limit. Para mí, gelatina light y colombiana ligera.

Se me borró el recuerdo de sentarme frente a un plato de sopa y sentir llenura y acidez; y se reemplazó por una sonrisa, barriga llena y corazón contento. I like it. Una nueva magdalena para más entradas. Regreso a las galletas. Más tarde las fotos.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Helados


Tal vez la frase favorita que haya escrito hasta hoy: un mundo con helado es más dado a la comprensión de lo sublime. Es así sin duda porque es una conjunción de textura, sabor, color. Pero sobre todo, por la carga emocional que viaja junto al helado, dándole sentido, desde el cursi pote de helado para "curar" la depresión hasta ese helado salado que un genio decidió servir en un restaurante a orillas del mediterráneo.

Tengo muchos recuerdos con helado. Tal vez el más triste sea saber que mientras yo tenía dos años y mi hermano era un recién nacido (y bien bonito el condenado) mi papá atravesaba por la crisis más tremenda de la vida con un cáncer en la boca. Las sesiones de radiación lo dejaron sin dientes y sin sentido del gusto, y mi mamá, en su sabiduría se dedicó a consentirnos a los tres con comidas suaves y blandas. Mi papá habla de cómo comía la misma papilla que yo, y de cómo el premio era un helado que aunque apetitoso para los demás sentidos no sabía a nada. sin embargo lo hacía sonreír. De esa magdalena triste se deriva toda la complicidad de mi papá conmigo en el campo gastronómico, porque una vez recuperó el sentido del gusto se dio a vivir como un gocetas (y gordo pero feliz). Me acuerdo que le fascinaba llevarnos a comer helado en Cream helado en una parte de la ciudad que no me era familar, pero que a él sin duda le traía recuerdos incluso de citas románticas con mi mamá.

Mi papá me introdujo al universo del helado en todas sus presentaciones; rústicas como los de primos, industriales, como los de haagen dasz, comerciales, como los de popsi que compra por deporte cada sábado. Me acuerdo mucho de la introducción al mundo del float de helado en cocacola, y me acuerdo de la dicha de Rodrigo mi hermano al "zamparse" esa vaina. Todavía hoy cuando ve uno en el menú, se transporta. También nos llevaba a comer Frozen Yogurt de fresa o el combiando de vainilla y chocolate en cono barato de color curuba, casi siempre blandito y viejo luego de caminar medio km en la ciclovía.

En el Helvetia nos daban los viernes cada cierto tiempo, un cono de helado cubierto con chocolate apenas duro y con un fondo de arequipe sensasional. Pero del helvetia lo más rico era comerse un platillo de galleta con chocolate y helado de ron con pasas. Ese sabor glorioso lo he visto desaparecer lentamente del mercado, y nunca olvidaré un comentario descriptivo de mi papá sobre el helado de ron con pasas que hoy me impide disfrutarlo del todo: helado de vainilla con moscos.

Hubo una época de oro de las paletas y helados en mi infancia tal vez el mejor producto con helado era los chicos, esos bocados de helado de distintos sabores con esa misma capa de chocolate que venían en una cajita, seguidos muy de cerca por las manotas de fruta (radioactiva) y las cremoletas con moras, que si hoy llegaran a mis manos me causarían una epifanía proustiana total y hasta Bryceana (porque la indigestión me atacaría). Extraño porfundamente las paletas de snickers que llegaron con la apertura económica de Gaviria y que se esfumaron cuando empezó la época de oro de cream helado, la industria. Cómo olvidarme de la época del Carulla gourmet en que vendían helados de Moevenpick, unos suizos perfectos, casi mejores que los de Haagen dasz que probé después en su fábrioca en Zurich en un viaje hace años ya.

Ya más grande el helado, que es obligatorio en la sobre mesa de cualquier almuerzo familiar en la casa de mis papás (mi papá siempre pregunta, "¿puedo comer heladito?, y mi mamá le abre los ojos, con empute pero con ganas en el fondo de comérselo, siempre sirviendo una perfecta bola vacía en el centro), se convirtió en acompañante para cosas más sofisticadas que los chips de chocolate: llegó al época de ponerle licores (la menta que lo deja verde radioactivo, el licor de frambuesa que literalmente emborracha al helado), frutos secos y mi favorito personal, higos.

En mi época de estudiante de cocina me volví una marrana porque por primera vez en la vida podía comprar Haagen Dazs ilimitado, y de ahí mi helado favorito para la escena curso de la depre: macadamia nut britle, o el sorbete de frambuesas. Eso es lo que me deberían dar cuando me disgnostiquen diabetis senil y me toque pasar al papayo. Un pote de cada uno, un vaso con agua y un par de valiums para que la indigestión y la muerte sean más llevaderas.

Cuando volví de la escuela de cocina y entendí los ingredientes de un helado verdadero (esa salsa de vainilla con mucho huevo, con vainilla de la vaina, con buena crema) salí disparada a comprarme una máquina, la misma que Suzanne tenía en mi apartamento de Poughkeepsie con la que me hacía el helado más decadente del mundo: butterpecan. He hecho muchos en la vida desde entonces; memorable uno de limón y albahaca que hice para mi debut con mis leidis y compañía, favorito de Natalia y que debo repoducir muy pronto en gratitud por ayudarme a descubrir el camino, uno de lichis que hice cuanod vino Darrylito a conocer Colombia, uno de maíz para una tarea de mi hermana y que fue, debo admitirlo, una copia de un helado de criteríon que me parece hasta hoy, magnífico y que me sirvieron con un soufflé de jamón serrano.

Imagenes memorables con healdo: una cáscara de mandarina vacía llena de helado de mandarina que servían en el restaurante Boston en el centro Andino y que hoy me parecé bien mañé y simplón, pero que me descrestaba en mi entonces muy limitada curiosidad gastronómica. Un chico derritiéndose en mi mano, sin saber de qué sabor iba a ser el helado en el centro... en mi familia era una competencia, un domingo viendo disney channel en parabólica con una paleta de snickers que valía su peso en oro, un helado de ron con pasas en coca de vidrio en la casa de mis abuelos, los dippin dots, el helado de rainbow de Baskin robbins, un sundae de macdonalds, un mcflurry de deditos (la edición limitada más exitosa de la historia de las adaptaciones a la colombiana), un affogato con espresso italiano.

El mundo sí es más sublime con helado. Lástima que por ahora no puedo comer.

jueves, 17 de septiembre de 2009

craving a burger


Casi todas las ideas para escribir me nacen mientras como o mientras me baño, así que siempre tengo las manos o sucias o mojadas. De no ser así, me las sueño. Mis sueños son de dos tipos: informativos o premonitorios. Por un lado constantemente hago comidas en los sueños, me invento una receta, la comparto con alguien; cuando me despierto la tengo viva y la escribo, por lo que me toca mantener una libreta al lado de la cama, aunque sin café es duro. Los premonitorios son más raros, pero cuando me sueño algo que va a pasar, tarde o temperano pasa; aunque no siempre son explícitos, cuando se cumplen lo siento. Siento dejá vu mucho mucho mucho, y es creepy, pero me hace feliz.

Mientras escribo esto hay frente a mí un plato vacío. Está untado y grasosito, deli. Mi apartamento se lleno del humo de la parrilla en la que cociné una hamburguesita especialmente deliciosa. La idea culinaria de hoy surgió en la ducha. Tenía una bandeja de carne molida descongelando y aunque me gusta la salsa bolognesa, ayer había comido. No importa cuán deliciosa sea la carne seca, le tengo susto; eso que lo haga un paisa y ojalá con fríjoles. No hago albóndigas, me las sueño junto con el "príncipe azul", por lo que están vedadas de mi repertorio culinario hasta que se llene ese vacío. ¿Que quedaba? Una hamburguesa. seguida de una serie de epifanías:
Me gustan mucho las hamburguesas que sirven en el corral y no sé como durantye mis infinitas dietas las evado. Una corralita, o una corral son pecados necesarios en la vida y no cuesta mucho encontrar quién lo acompañe a uno a comerse una. Nunca, eso sí, me como una hamurguesa del corral sola: descartado el almuerzo en el corral. También, admito, me gustan las del burger king, que no en vano es rey, pero sobre todo, de los anillos de cebolla. Y me gustan las coronitas, y qué. Odio las de macdonalds mucho antes de supersize-me y solo admito comérmelas cuando estoy borracha, cosa que hace mucho no pasa. Cuando estudiaba cocina solía tener un cómplice que me llevaba en su carro luego de tres supersized vodka cranberries o un Jaegerbomb (una vaina tenaz que tiene jaegermeister, redbull y alcohol genperico) -y seguramente algo más- a comerme una hamburguesa de macdonalds y siempre me ponía muy triste al final porque no era hamburguesa grasosa, ni sabrosa que me estaba imaginando (los que me conoce saben de mi premisa FAT MEANS FLAVOR). Luego me fui a mi dinner favorito y descubrí que la hamburguesa debe ser gruesa, que hay que ponerle buen queso y cebollas casi quemadas, salsa ranch... mmmmmmmmmmm el sitio, el Eveready (como las pilas) es sin duda un lugar al que llevaría a mi príncipe azul en un peregrinaje de recogimiento de mis pasos; ahí sirven la misma hamburguesa a las 7am a las 4am, a las 3pm. 24 horas para saborear. Nunca más me comeré una hamburguesa en presto, porque me intoxiqué y gracias a eso mi abuelo paterno me puso una vez en una dieta hedionda de agua de panela y papa asada SIN SAL que me marcó de por vida.
En Bogotá dicen que la hamburguesa de la bagatelle es buena, la de the place era genial -no sé si eso exista todavía- tenían unas mini delis (me estaba comiendo una mini con mi mamá y mi hermano cuando nos contó que venía una hermanita en camino, por lo que nos habían llevado a un sitio especial) y sepan, sin miedo a que me caigan encima que la de la hamurguesería es fea y seca (y aunque preguntan el término, según dicen ellos, deben cocinar la carne hasta un cierto grado por salubridad, cosa que me ofende, porque no me imagino de dónde sacan la carne para que tengan ese miedo latente). Una última epifanía del ingenio culinario colombiano: una hamburguesa entre arepas con queso que me comí en un sitio en Pereira. WOW. WOW. Es una sustitución digna de estrella michelín.

Y en cuanto a cocinar una hamburguesa, una vez infamamente molimos un poco de carne Kobe e hicimos una hamburguesa gourmet con otros cómplices tan dados a esa ñoñez como yo(copiando a un chef avión que las vende en NYC a 100 dólaresa piece) . Le pusimos un queso añejo ridículo que nos robamos... hongos silvestres, salsa bbq hecha por nostros... mejor dicho, una creación de horas. Es sin duda la mejor hamburguesa que me comí hasta hoy, pero tengo tantas imaginadas que no puedo decir del mundo. Sueño con comerme una en el spotted pig y tal vez la muy cara de Bouloud, porque la hamburguesa es perfección, y hay que probar muchas en la vida. Hoy decidí mezclar esa carne molida que flotaba entre agua en mi lavaplatos con una cebolla cortada finamente, con tomillo, paprika, humo líquido, sal y mucha pimienta, ponerla sobre mi parrilla engrasada y proceder a asarla bien por fuera; le puse unos champiñones salteados y unas cebollas casi quemadas, y por último un queso provolone cortesía de Carulla. Tosté el pan, hice unas papas (hamburguesa sin papas o anillos es SACRILEGIO) y le puse tomate cortado delgado - delgado tipo Mariana Perdomo comiendo queso- y suero costeño. Quedó muy bien, esta noche figuró caldito con manzana.

Me gusta entonces, la hamburguesa gordita y grasosa (no me gusta la salsa de tomate, tara o no, no me ofrezcan). El suero costeño con todo, hasta con los huevos pericos queda delicioso, pero tal vez su mejor sabor esté en dos platos que amo: en el puré de papas y en la pannacota. Las zucaritas y los rice krispis con azúcar y banano casi verde, el cacao sampaka tipo alicia en el país de las maravillas, el olor a lluvia que hay en este momento en mi terraza y la voz de Cerati mientras escribo. Y qué bueno un tinto tibio.

Odio, relacionando con el tema d ela hamburguesa, las lonchitas de algo parecido a queso, los pepinillos, la salsa de tomate y los dispensadores de mayonesa- la mayonesa me gusta pero no me la puedo comer cuando sale de esos adefesios-. La cocacola light, la cerveza caliente, la leche en vaso, copa, taza o tetero.
Y por último, detesto el timbre de mierda que tienen los vecinos del edificiofdel frente para que les abran el garaje (es ofensivo oirlo di tu 5am) y que retumba gracias al eco en mi ventana.

Me cumplí el antojo, a ver que sigue.


miércoles, 16 de septiembre de 2009

mañas y costumbres cotidianas (nostalgia por lo perdido)


Yo siempre me como los sándwiches por los bordes, porque pienso que los bordes son lo peor del pan y en el centro está lo mejorcito que tiene el sándwich. Es una maña. Y tengo miles. Me sirvo el tinto y lo dejo enfriar, me lo tomo semifrío, o sea, tibio y en mil sorbos (nunca me sirvo un tinto si no dispongo de 20 minutos). Cuando tengo ansiedad busco dos cosas: snickers de los grandes (me puedo comer varios en una sola sentada) o ponqué ramo de coco (al que también porcedo a quitarle los bordes "quemados"). Tomo cocacola y fumo como una bestia cuando estoy bloqueda y no puedo escribir (no me sirve nada distinto a la cocacola, a menos que sea de noche y tenga a la mano un litro de Grey Goose o una cerveza helada). La chocolatina jet solo me la puedo comer por pastillas bien cortadas, una por una (aunque entera entre pan de 100...) y el helado me gusta reposado, blandito, cuando ha dejado de ser helado en el más estricto sentido de la palabra. Cuando cocino no uso medidas, por lo que soy mejor con la cocina que con la pastelería; pruebo con el dedo y siempre tengo sal, azúcar, balsámico y pimientas de distintos colores al alcance de la mano. Odio el huevo frito con la yema dura y la carne que se pasa de término medio. La gente que deja los gordos de la carne en el plato me ofende (como diría un caleño, comete un pollo). Me molesta el hígado de res, pero los de los demás animales, ojalá salteaditos en mantequilla y con cognac o whisky, me matan. No hay nada más sexy que un tomate maduro con sal gruesa o un espárrago y nada más horrendo que un pepino relleno. Mañas y costumbres.

Hoy comí dos cosas muy clásicas en el mundo: un PB&J, un sándwich de mantequilla de maní JIFF (que no tenía desde que vivía con Suzanne en Poughkeepsie) y mermelada fruco de mora. No me comía uno de esos emparedados desde hace tiempos, por lo que sonreí. Es una combianción que aun me sorprende. Quien la haya descubierto (y me sospecho que fue un soldado, porque en tiempos de guerra es que se conoce la recursividad culinaria), es un duro.
Por otro lado me comí un huevo duro entre otro sándwich (recurrente en el día). El huevo es uno de esos ingredientes que es repulsivo y magnífico a la vez. Tengo épocas muy largas en las que no puedo ni verlo y otras que por el contrario, me salva de unos episodios de hambre muy bravos.
El ingrediente para el huevo es una buena sal y una mostaza. Clásico.

Invento culinario del día (de ayer porque hoy no cociné sino recalenté, tratando de recuperar el computador): dientes de ajo con tomillo, cebollita picada, hongos crimini, una pechuga hervida un par de minutos, todo salteadito en aceite de oliva. Luego lo pongo sobre pan pita con suero costeño y mucha piemienta fresca. Quedó BOMBI.

Me gusta: Italia. Vi un episodio entero de Food porn cortesía de Bourdain. Sardinia. Además de la comida espectacular, ese hombre estaba de morir. Salió con su hijita en vestido de niña, con su mujer que es lo más italiano posible, y sentado comiendo verdaderos manjares: un prosciutto generosamente grasoso y una variedad envidianle de carnes curadas, una multitud de quesos de cabra frescos y un pecorino de oveja partod con cuchillo de viuda negra italiana, una miel que de solo verla da ganas de empalagarse con ricotta de minutos de fabricación, pastas enrolladas a mano, cabrito a la brasa, cochinillo desinflado, tripas y hasta un conejito blanco (como diría mi papá: "cuando eras chiquita te enfurecía que pidiera conejito blanco, pero algún día..."). Italia sin duda es un paraíso culinario y debo abrir una cuenta de ahorros destinada a pasar una temporada considerable comiendo por allá. NOTE TO SELF.

No me gusta. Bueno, pues me desahogo contra los malditos virus que se meten en los computadores. Llevo 3 días víctima de un ataque cibernético que me hizo perder todas mis fotos de mi comida (solo me queda facebook, o sea, nada) mis registros de clases y mis eventos y algunas ideas que tenía guardadas para desarrollarlas y 400 canciones. Odio ver mensajes amistosos de Microsoft cuando estoy a punto de arrancarme los pelos y tengo tos de fumadora nerviosa. Odio que el lenguaje sea vago y que uno sienta que si selecciona la opción equivocada se viene el acabose. Siempre me acuerdo de un episodio de sex and the city en que a Carrie se le apaga su MAC y le sale un sad mac. tengo terror, aunque en pc no haya tal de esa carita con ojos hechos de signos más. Es más diabólico que los payasos, y eso es mucho decir.

Hoy salieron las quesadillas en televisión. Nunca había visto tan poca desteza para armarse una simple queca, para cortar un queso brie, para rellenar. Mi receta es magnífica pero fue muy muy muy mal interpretada. Mi maña con las quesadillas es poner queso en toda la superfice de la tortilla con la esperanza, tal vez tan mía como la de comerme primero los bordes del sándwich de que la quesadilla quede gordita y no me sepa a harina. Mañas.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Popurrí 1: acidez de lenguaje y recuerdos que traen más recuerdos


Paréntesis: Fecha nefasta. Me acuerdo vívidamente del 11 de septiembre de 2001, todavía una alumna de los Andes, y me sigue pareciendo surreal lo que pasó. Tal vez lo peor de todo para mí fue ver en vivo, con un morbo que aborrezco, cómo todo sucedía. Me acuerdo que cuando prendí la tele y repetían en loop la estrellada del primer avión, y cuando el segundo se estrelló parecía que los directores de noticias se empeñaban en repetir ese primer impacto. Y como dicen las mamás... ahí fue Troya, porque la repetición no era tal. Al ir a ground zero cuando NY me acogió, sentía aun ese humo gris, ese mugre, esa tristeza profunda de una ciudad que cayó en circunstancias verdaderamente surreales.
I love NYC. Y Dios bendiga a las víctimas.

El minuto de ayer: Mi primera revelación del día se da en forma de una quesadilla. Decidí hacer un postre (o tentempié de sabores dudosamente dulces) realmente distinto, y en verdad es otro sabor del cielo. Ingredientes: Para el relleno, queso brie en lonjas -lo pueden congelar un par de minutos antes para que no se funda, aunque la textura del queso fundido y cremoso es marvelous-, nectarinas con la piel y en medialunas, cebollín -que pueden reemplazar por canela o chile-, azúcar morena/o (la contriversia linguística me molesta, igual cada cual lo dice/ escribe como más le suena. Por supuesto, tortillas (que no sean bimbo que saben a papel). Salsa express: miel, jugo de limón y ralladura. Para decorar: uvas sin semilla o con semilla. Naranjas en rodajas, coco. como dirían los gringos: tropical.

Al terminar de grabar un minuto en una hora, llega el tasting. Los camarógrafos se rapan los triángulos de quesadilla, y alguien va a la nevera por el resto del queso que hay que guardar por si el MR. la caga. El coordinador define el queso Brie: queso con sabor a jabón. Yo me rio y anoto (ahora cargo cuaderno de impresiones como buena geek que soy).

Mientras sigue la espera para que el Mr. diga sus líneas que escribí para él hace unos días y que él alegremente no se molestó en leer (me abruma su profunda fe en su talento, porque tiene solo dos sonrisas posudas, una de guasón - a lo Heath Ledger-, y una tipo perrito -con un labio caído más que tibio- y cero habilidad para leer una frase con comas como nos enseñaba Amparito en el colegio, ¡¡¡sin BAJAR LA VOZ!!!) leo el libro de la ISODIETA. Lo puedo describir en una expresión que también anoté: Spanglish en negritas.

El Mr. es un dedito parado burdo. Un moron (inserto un acento de gringo gomelo con buen acento largo en MO). No puede vocalizar palabras tan elementales como para, lo que hace muy difícil que me quede sentada... me voy para el set de una joya de la tele colombiana, El Lavadero. Y ahí prendo mi IPOD--- suena, I still haven't found what I'm looking for, y la verdad en lo que pienso es en el talento.

Luego suena Dean Martin, That's amore! y me transporto a una escena de película relacionada con comida (esa es mi vida): Bye Bye Love, una película de Rob Reiner (una especie de Corín tellado del romatic comedy). Uno de los protagonistas sale en una cita con Janine Garofalo a un restaurante tan italiano como el de la Dama y el Vagabundo. Y la señora es un poco esquizofrénica... como si estuviera frente a una carta de un restaurante de Leo Katz (o sea mi infierno de 15 páginas) no puede decidirse. La pregunta es qué comer. Desfilan platos y platos, y el pobre hombre estupefacto espera, frente a su clara elección, una pasta con albóndigas, sólo para tener que cedérsela a la dama luego de miles de platos que ha devuelto a la cocina. Ella hunde su tenedor en el espaguetti y sus ojos se abren como si tuviera una epifanía culinaria de proporciones épicas, tipo Ego en Ratatouille. Pienso: Cuando yo me enamore, necesito un tipo capaz de cederme su plato, o al menos compartir ese hilo de espaguetti como Tramp lo hizo con la hasta entonces odiosa perrita/ dama. Y ojalá me enamore con una canciónde fondo tipo Dean Martin o una gloriosa Tarantela. Yo diría entonces como sabiamente dijo Juno: You're the cheese to my Macarroni.

Como pueden ver, el minuto Carulla/ pomona estimula mis pensamientos al infinito... yo me aburro así que de ahora en adelante traigo un IPOD, lo pongo en random, anoto lo que oigo (hay poesía en todo, y me viene a la mente America beauty).Escribí 15 ideas para la filmación siguiente, tema helados. Chanfle, como me gustan. Dippin dots, semifredos, cono de macdonald's, helado de crepes, gelatto italiano.

Suena Time de Tom Waits y lloro internamente por dos razones; esa canción me parte y este imbécil no logra despedirse sin cagarla. Sonrisa de perro.

Me gusta: el helado. Los churros (de comer, hace mil años que no digo churro en ese sentido bogotano, peor me cae que volveré a decirlo). Las albóndigas de Tramp, la tarantela, Julieta Venegas diciendo "ojalá el tiempo sirva de algo". Los chocobreaks semiderretidos de bolsillo en día caliente bogotano (es como el fetiche de Mariana con los chitos), los flashbacks con olor a guayaba de los tripis que recordé en una conversación ayer y mi café colombiano en la cama mientras escribo esto.

No me gusta: la sonrisa de perro. Que los demás crean que mi tiempo no vale, que alguien que se dice chef no sepa enrollar un burrito (ni qué decir de la historia tierna de porqué un burrito es un burrito, por la similitud de su doblez con la oreja'e burro), las aceitunas en ese líquido salmueroso y avinagrado, el calor tibio en la cama, el flavor wave turbo (no creo en tanta maravilla ni en la sonrisa de Mario Brakus, aka Mr T, ni en la gente parada frente a un milagro, si ni siquiera sabe prender y usar una sartén ni ha tenido que lavar una que se le haya quemado totalmente... qué pegote).

Odio: el paso del tiempo, el mal uso del tiempo, la estupidez. Tengo cero tolerancia, aunque cada vez más, el lenguaje me de para acidificar esa intolerancia y ser rabona mientras sonrío.





miércoles, 9 de septiembre de 2009

Este blog se vuelve activo. Consideraciones del día


He intentado huirle a este blog, pero me confieso adicta a los blogs, en especial a los de cocina, en donde me inspiro y me imagino miles de recetas, tips, ideas para clases o para mi cocina cotidiana. Así que sucumbo y espero mantenerlo al día. Lo hago por varias razones, pero en especial porque quiero compartir mis recetas y mis experiencias con la cocina y en la vida. Gracias a mi cámara me he dedicado a capturar platos que hago porque sí y por dinero (suena re mal, pero qué privilegio es que me paguen por cocinar) y me puede ayudar de verdad a complementar este espacio.


Habrá otras entradas personales, porque yo soy un ser muy muy emocional y registro demasiadas cosas al mismo tiempo, y todas esas cosas me construyen. Así sin más, empiezo esta aventura.


Día de hoy: prep para el minuto carulla (dicho sea de paso hay mucho trabajo detrás de ese texto mal leído que llega a sus pantallas, y yo hago una buena parte). Hice en la mañana fríjoles, pasta, arroz, una serie de picadas de ajo, cebolla, puerro, hongos, y por la tarde unos desastrosos brownies que invadieron en su crecida el piso de mi horno y por supuesto llenaron de humo el apartamento que ya de por sí es caliente. Pero bueno, muchas velas de colores, como diría Mabe. Por eso no soy pastelera.


Receta del día, que fue mi almuerzo: pechuga de pollo abierta a lo ancho -para que se cocine rápido porque tengo hambre- con refisal (generosa porque cada día sala menos) condimento de mesquita y ají, salteada con cebolla en anillos y tomillo que para mí es como la sal. Lo pongo sobre tostadas integrales con cogollos de tudela, tomate larga vida, queso sabana y, ¡listo! (como diría un personaje falso o medio falso, to be fair o menos rabona). ¡Hay, las manos torpes! (estoy viéndolas a las 650pm, hint). Pero el platico se ve lindo.

Reemplacen la mesquita por humo líquido, páprika, yacaré o pimienta roja molida o pura pimienta (por favor no de esa molida insípida). Y si no tienen que usar refisal, benditos sean.

De tomar, simplemente agua con limones amarillos, que como muchas de mis obsesiones, son parte del cielo, mi cielo (atún, chocolate, pato, tomillo, cordero, limón, granadilla, crema... so on so on).


El tip del día: cuando una receta dice que va a cercer, créanle. No llenen el molde más de 2/3. Yo lo sé y a veces soy tan bestia que no le creo, y el que sufre es el horno y mi paciencia.


Para terminar

Me gusta: limones amarillos, muchos limones amarillos, aunque tiuenen mil pepas huelen perfecto. Tomar café a las 9 am en mi terraza nueva, llena de sol y de hierbas (amo mi albahaca morada). Twilight. Sí me encanta esa vaina, y al que no le guste, que no lo lea ni lo vea, yo lo amo. Escribir en la cama con un lucky stricke y con el Itunes en ramdom (siempre que haya Tom Waits y reggaetón). El olor que emana mi slow cooker de Le creuset cuando braseo, los cupcakes, las granadillas, el viento. Vicente aruñándome la cara (me reconoce y yo me derrito).


Odio: la estupidez de la gente que le cree a Uribe, las tirantas (sí es una moda hedionda y sólo es cute para los bebés), la falta de respuesta de los emails (porque hay mucha gente que lo ignora a uno y en este mundo vertiginoso e interconectado al segundo, en donde vemos morir a alguien en vivo, eso es pereza), la puta dislexia que me embarga siempre y que me obliga a releer aun más que mi inseguridad.


Odio, es más, quisiera castrar a los manes que se atreven a pegarle a una mujer (aun si la canción de la lupita me gusta): cobardes de mierda, la soledad es llevadera no sean malparidos. He dicho. Sí esto es personal y hay un maldito desgraciado que está muy lejos pero al que le mando toda mi mala energía.


links de interés:

http://www.whatgeekseat.com/ (I am one, of course)

http://www.luxirare.com/ (es una página que leo freéticamente porque en secreto quisiera ser como la autora)


Vendrá mucho más.