lunes, 28 de septiembre de 2009

Helados


Tal vez la frase favorita que haya escrito hasta hoy: un mundo con helado es más dado a la comprensión de lo sublime. Es así sin duda porque es una conjunción de textura, sabor, color. Pero sobre todo, por la carga emocional que viaja junto al helado, dándole sentido, desde el cursi pote de helado para "curar" la depresión hasta ese helado salado que un genio decidió servir en un restaurante a orillas del mediterráneo.

Tengo muchos recuerdos con helado. Tal vez el más triste sea saber que mientras yo tenía dos años y mi hermano era un recién nacido (y bien bonito el condenado) mi papá atravesaba por la crisis más tremenda de la vida con un cáncer en la boca. Las sesiones de radiación lo dejaron sin dientes y sin sentido del gusto, y mi mamá, en su sabiduría se dedicó a consentirnos a los tres con comidas suaves y blandas. Mi papá habla de cómo comía la misma papilla que yo, y de cómo el premio era un helado que aunque apetitoso para los demás sentidos no sabía a nada. sin embargo lo hacía sonreír. De esa magdalena triste se deriva toda la complicidad de mi papá conmigo en el campo gastronómico, porque una vez recuperó el sentido del gusto se dio a vivir como un gocetas (y gordo pero feliz). Me acuerdo que le fascinaba llevarnos a comer helado en Cream helado en una parte de la ciudad que no me era familar, pero que a él sin duda le traía recuerdos incluso de citas románticas con mi mamá.

Mi papá me introdujo al universo del helado en todas sus presentaciones; rústicas como los de primos, industriales, como los de haagen dasz, comerciales, como los de popsi que compra por deporte cada sábado. Me acuerdo mucho de la introducción al mundo del float de helado en cocacola, y me acuerdo de la dicha de Rodrigo mi hermano al "zamparse" esa vaina. Todavía hoy cuando ve uno en el menú, se transporta. También nos llevaba a comer Frozen Yogurt de fresa o el combiando de vainilla y chocolate en cono barato de color curuba, casi siempre blandito y viejo luego de caminar medio km en la ciclovía.

En el Helvetia nos daban los viernes cada cierto tiempo, un cono de helado cubierto con chocolate apenas duro y con un fondo de arequipe sensasional. Pero del helvetia lo más rico era comerse un platillo de galleta con chocolate y helado de ron con pasas. Ese sabor glorioso lo he visto desaparecer lentamente del mercado, y nunca olvidaré un comentario descriptivo de mi papá sobre el helado de ron con pasas que hoy me impide disfrutarlo del todo: helado de vainilla con moscos.

Hubo una época de oro de las paletas y helados en mi infancia tal vez el mejor producto con helado era los chicos, esos bocados de helado de distintos sabores con esa misma capa de chocolate que venían en una cajita, seguidos muy de cerca por las manotas de fruta (radioactiva) y las cremoletas con moras, que si hoy llegaran a mis manos me causarían una epifanía proustiana total y hasta Bryceana (porque la indigestión me atacaría). Extraño porfundamente las paletas de snickers que llegaron con la apertura económica de Gaviria y que se esfumaron cuando empezó la época de oro de cream helado, la industria. Cómo olvidarme de la época del Carulla gourmet en que vendían helados de Moevenpick, unos suizos perfectos, casi mejores que los de Haagen dasz que probé después en su fábrioca en Zurich en un viaje hace años ya.

Ya más grande el helado, que es obligatorio en la sobre mesa de cualquier almuerzo familiar en la casa de mis papás (mi papá siempre pregunta, "¿puedo comer heladito?, y mi mamá le abre los ojos, con empute pero con ganas en el fondo de comérselo, siempre sirviendo una perfecta bola vacía en el centro), se convirtió en acompañante para cosas más sofisticadas que los chips de chocolate: llegó al época de ponerle licores (la menta que lo deja verde radioactivo, el licor de frambuesa que literalmente emborracha al helado), frutos secos y mi favorito personal, higos.

En mi época de estudiante de cocina me volví una marrana porque por primera vez en la vida podía comprar Haagen Dazs ilimitado, y de ahí mi helado favorito para la escena curso de la depre: macadamia nut britle, o el sorbete de frambuesas. Eso es lo que me deberían dar cuando me disgnostiquen diabetis senil y me toque pasar al papayo. Un pote de cada uno, un vaso con agua y un par de valiums para que la indigestión y la muerte sean más llevaderas.

Cuando volví de la escuela de cocina y entendí los ingredientes de un helado verdadero (esa salsa de vainilla con mucho huevo, con vainilla de la vaina, con buena crema) salí disparada a comprarme una máquina, la misma que Suzanne tenía en mi apartamento de Poughkeepsie con la que me hacía el helado más decadente del mundo: butterpecan. He hecho muchos en la vida desde entonces; memorable uno de limón y albahaca que hice para mi debut con mis leidis y compañía, favorito de Natalia y que debo repoducir muy pronto en gratitud por ayudarme a descubrir el camino, uno de lichis que hice cuanod vino Darrylito a conocer Colombia, uno de maíz para una tarea de mi hermana y que fue, debo admitirlo, una copia de un helado de criteríon que me parece hasta hoy, magnífico y que me sirvieron con un soufflé de jamón serrano.

Imagenes memorables con healdo: una cáscara de mandarina vacía llena de helado de mandarina que servían en el restaurante Boston en el centro Andino y que hoy me parecé bien mañé y simplón, pero que me descrestaba en mi entonces muy limitada curiosidad gastronómica. Un chico derritiéndose en mi mano, sin saber de qué sabor iba a ser el helado en el centro... en mi familia era una competencia, un domingo viendo disney channel en parabólica con una paleta de snickers que valía su peso en oro, un helado de ron con pasas en coca de vidrio en la casa de mis abuelos, los dippin dots, el helado de rainbow de Baskin robbins, un sundae de macdonalds, un mcflurry de deditos (la edición limitada más exitosa de la historia de las adaptaciones a la colombiana), un affogato con espresso italiano.

El mundo sí es más sublime con helado. Lástima que por ahora no puedo comer.

2 comentarios:

natalia dijo...

Y sigo aquí, esperando mi helado de albahaca, pero feliz de haberte ayudado a encontrar el camino, porque de paso, yo también encontré el mío. Te quiero, Ju.

Juliana dijo...

Ay Natalí ya me hiciste llorar. Tenemos que hacer una sesión de saldo de deudas. Te la prometo.