domingo, 20 de diciembre de 2009
Emilia Romagna
Diciembre es caótico, desordenado, delicioso. Uno come en exceso, se reencuentra con la familia, los amigos y las multitudes exitadas haciendo de todo por la calle. Los centros comerciales pululan, sudan y hieden, la gente se vuelca a comprar lo que no necesita, hace mercado en familia (cosa que, con el perdón de todos los que lo hacen, debería ser delito, porque no hay nada más isoportable que la democracia a la hora de llenar un carrito de mercado -el "todos opinan" es una grosería capital-, y porque entorpece la actividad de quienes disfrutamos en exceso de caminar y explorar las góndolas, sonreir ante una fruta madura, emocionarse ante un producto nuevo...), llena los carros -en muchos casos carcachas-s y circula por las calles rotas bogotanas viendo la iluminación sectaria y hedionda (no toda, pero casi toda), acompañada de la mazorca, el chorizo y la basura... hay mucha gente en Bogotá. Pero también huele a buñuelo y hace MUCHO frío. Extraño la nieve y sueño con la navidad blanca, esa que exige que uno se prepare un vino caliente, un chocolate con marshmallows, una sopa Hearty en el sentido más literal. La navidad trae consigo su carga de magdalenas y eso está muy bien, pero este año el reto es balancear esa nostalgia por lo que sabe a navidad (galletitas, buñuelos, pavo y ensalada de papa, ponqué negro, vino...) con lo nuevo y distinto (la cena no va a ser tradicional, y punto).
Hoy quiero escribir sobre Emilia Romagna, un restaurante que a mi juicio hace la mejor comida italiana de la ciudad de Bogotá (yo sé que a muchos les gusta DiLucca, tiene ambiente, la comida es cremosa y saturada de queso, los platos son satisfactorios, pero siendo honesta, eso no es italiano sino de nombre. Luna es un asco y las cartas monumentalmente largas de todos los intentos italianos de Leo Katz deberían desaparecer de la tierra porque son tan generales que la personalidad se queda en la puerta).
En Emilia Romagna hay muchas cosas maravillosas, principalmente una carta corta y personal, que denota un trabajo de la región que abarca y de los productos que se consiguen o puede transformar en este trópico. Los platos son clásicos, sin mayor adorno, puro sabor. Nunca había sentido en esta ciudad que la comida era tan protagonista, y, aunque a ratos le falta un poco de sal (y siendo justos si es refisal es una mala calidad de la sal la que no nos permite gozar de sazón impecable), todo sabe bien. Recomendadísimo: espárragos con huevo, aceite de trufa y mucho parmesano bien rallado (nada de alpina), buena salsa de tomate (si usted le dice a un italiano italiano, napolitana, con mucho gusto recibirá un zapatazo tipo Bush, porque eso es un invento, creo yo, como muchas otras cosas, de un paisa), buen pan, pasta al dente, sabor intenso de cocción lenta y cuidadosa en ragús. La parrrilla funciona bien. Para destacar:
1. Una aunténtica rueda de Parmigiano Reggiano lo recibe a uno en el "lounge" del sitio (que asco de concepto ese de la sala de espera en inglés: en este hay unos sofás que parecen hechos para enanos, pero, conociendo ya la carta y la comida, se le perdona). Volvamos al queso: 40 kilos de puro sabor a cielo (otro producto de mi cielo) y en sus platos, copiosas cantidades de buen sabor para complementar ensaladas, antipastos calientes y pastas.
2. Maticas de albahaca morada y verde como adorno/ souvenir. Vale la pena comprarse una en materita de madera y usarla con amor en todo (pienso en Miguel Vaca y una conversación que tuvimos sobre la famosa hierba y su sublime sabor: magdalena).
3. Platos calientes. Es un placer comer calientito. ¿O no?
4. Una carta de postres sin tiramisú (volviendo a lo de DiLucca, falso tiramisú). Les falta ampliarla pero usan productos interesantes, mezclan frutas con hierbas, hay gelatinas y gelattos... amaretti. :)
Para olvidar: un sommelier inepto que no sabe decantar, servir y dejar catar vinos que merecen un servicio digno. Unos meseros que no saben explicar la carta bien y que además son lentos y perezosos...
Sin embargo, todo lo malo se olvida cuando los gnocchis di manzo llegan a la mesa y las verduras estñan tiernas, el marrón del ragú es intenso y el sabor lo respalda todo. No tanto perejil, no tanto disfraz: al grano. El mejor italiano de Bogotá.
Otras generalidades de diciembre:
ODIO que me empujen en la caja de un supermercado porque no entienden que pegarse y respirarme en el cuello no os va a hacer llegar más rápido a su destino. Odio la natilla con moscas (uvas pasas) y las 800mil cajas de galletas para navidad que saben todas a lo mismo y que a lo largo del año se consumen bajo el nombre galleta de leche.
AMO: el ponque ramo de navidad (aunque recomiendo, hago la cuña porque lo he probado y es maravilloso el de Bittersweet www.bittersweet.com.co ), los buñuelos con todo (el olor de los buñuelos es más poderoso que el de la magdalena original), la oferta de carnes de todo tipo en los mercados para esta navidad (conejo, cordero, marrano, pato y hasta cornish hen), el queso holandés navideño y las cerezas chilenas (aunque el precio me desinfla) y hacer mercado en Bogotá despierta, sonriendo y explorando...
Extraño este año la cerveza águila imperial, con quesito holandés me recuerda a mi época pre chef profesional, a mis amigos, a mi padre y a la fiesta... una era suficiente par sentir ese mareíto bacano con el que me gusta pasar los días posteriores a la navidad, esos que marcan el fin de un año.
domingo, 13 de diciembre de 2009
Acción de gracias
- Sopa de acción de gracias (shot) VER POST DE LA SOPA PARA LA RECETA
- Pavo en salmuera de hierbas (el pavo limpio y sin menudencias se sumerge en una salmuera -agua con sal, azúcar y hierbas que se calienta para disolver sal y azúcar y se deja enfríar antes de sumergirlo- 3 días antes del horno, y el día de prepararlo se escurre y se embadurna con mantequilla y hierbas y se hornea)
- Salsa de cranberries con naranjas confitadas (la venden lista, y se puede mejorar: jugo de naranja, vinagre de vino tinto, pimienta y por encima piel de naranja confitada)
- Arroz salvaje y quinua con salchicha y romero (salchicha de pavo, cebolla, granos cocinados en caldo, romero picado, aceite de trufas)
- Cebollitas con jengibre ajo y picante (hervidas para pelarlas y luego salteadas)
- Espinaca con sultanas y piñones (más fácil, no se puede: ajo, espinaca baby, sal y por encima el resto)
- Cacerola de papas con puerro (papas riche y criollas precocidas, puerros salteados, crema de leche y queso parmesano)
- Helado de leche condensada con pecanas (cortesía de otro blog, delicioso)
- Bombones de Caco Sampaka (intercambio)
Este es el link a la nota de Bittman, y para mí es una puerta para una idea que tengo que desarrollar:
http://www.nytimes.com/2009/11/18/dining/18mini.html?pagewanted=1&_r=3
miércoles, 18 de noviembre de 2009
Recuerdos de Thanksgiving
sábado, 7 de noviembre de 2009
Libros de cocina. Ad Hoc at Home. La última Cena.
Este año he tenido la fortuna de comprar y leer (quiero pensar que escribir también) una cosecha extraordinaria de libros, encabezados por Cerdo y yo, un libro acolchado que respeta y glorifica su tema, el cerdito, que juega con su delicia y produce una sonrisa hasta en un vegetariano. Seguidos por el magnífico códice de Michael Ruhlman, Ratio, un libro que realmente define la cocina en fórmulas y nos fuerza a crear recetas, a experimentar; pasando por los dos tomos de The Art of French Cooking de Julia Child, la famosa chef y gigante gringa que nunca encajó, fue tal vez una de las primeras en tener una filosofía de cocina que buscaba hacer más placentera la cocina cotidiana aligerando esa idea de que los chefs son del Cordon Blue y su trabajo es inalcanable. Tal vez su torpeza corporal la ayudó a llegar a la conclusión de que no es tan grave untarse, dejar caer algo al suelo, quemar la comida, etc. En su programa de televisión varias veces decía ese famoso y muy usado uuuuups cuando la televisión era en vivo y si algo pasaba, tocaba reponerse al instante (as opossed to a certain someone). Estos dos tomos enormes como su autora (las colaboradoras me importan un bledo) son la prueba de la filosofía de Gusteau, el chef muerto de Ratatouille, con la ventaja de que a la vez que simplifica esa mítica cocina a la antigua, la condimenta con consejos y razones; una vez más, la cocina es cuestión de apropiarse de las recetas y hacerlas nuestras.
Por último está el libro responsable de este Post: Ad Hoc at Home, de Thomas Keller. Este es un libro que quisiera haber escrito (escribí mi versión) y que quisiera comprar en cantidades industriales (imaginen un container bien pesado) para regalar a los que más quiero, porque es puro amor por la cocina. Tal vez lo más conmovedor del libro de Keller no sea la redacción personal pero a la vez profesional de las recetas (que me parece acertadísima: dice en sus recetas, a two finger pinch of salt, forzándome a mirar mis dedos, y eso me encanta), los momentos bombillo o las fotos espectacuares de ingredientes y recetas. Lo más lindo es que luego de la introducción, Keller tiene el gesto más bello del mundo: comparte con nosotros, sus lectores, la receta que le preparó en la última cena a su papá, quien literalmente murió con la barriga llena y el corazón contento. Había leído en el NYT que Keller vivía al lado de su papá y que cumplió su último deseo, ese que es inevitable pensar cuando se es cocinero de llevar en un plato una plétora de emociones, tal vez demasiado íntimas, poéticas y catátricas: la cena antes de la muerte. Por supuesto que idealmente ese momenro debería ser íntimo, preparado por y para nosotros en soledad; pero llevarla a otros, en mi opinión, debe ser la satisfacción más grande, sobre todo si se trata de alguien a quien conocemos y a quien podemos complacer quizás tanto más que si lo ayudamos a morir con dignidad. Mi visión de la muerte, debo aclarar, no es de sufrimiento sino de descanso, y no creo que ser un vegetal haga sentir mejor a nadie; quiero morirme comiendo, o durmiendo después de una comida maravillosa. Vivimos en una sociedad que no celebra esa iluminada certeza de morir tranquilo, y que siempre reprocha valentía y seguridad; pero qué bonito poder llenar esa barriga antes del sueño eterno, pienso yo.
La última cena varía mientras pasa el tiempo, se refina cuando estamos en el pico de nuestra existencia (cuando creemos que somos capaces de todo), y vuelve a lo que debe ser: lo más simple, lo que nos hace sonreír, lo que inevitablemente nos produce paz y aceptación. Creo que el gesto de hacerle a su padre su comida favorita, es la mejor manera de amar y homenajear, de honrar esa relación y de entender la muerte. Dice Keller, dando su primer consejo bombillo: "The first lightbulb moment I want to offer is one I was lucky to realize in time, and hope others will too. It my seem obvious but it's worht repating: take care of your parents."
Y digo yo, I will take care of mine (la familiua para mí es mucho más que sangre). Y de paso, porque me conozco y me quiero, of myself.
viernes, 30 de octubre de 2009
Gourmand
lunes, 19 de octubre de 2009
Sobre ser chef y cocinero
No estoy teniendo una crisis, de hecho nunca había sido más feliz de ser chef. Tal vez porque he comprendido que tengo un poder en mis manos, un poder en mi boca, en mi espalda adolorida, en esas ollas que detesto lavar al final de mi trabajo. Y porque me descubro sonriendo ante una idea, en la ducha o en frente del computador; porque me encuentro obsesiva y me gusta, porque abrazo el masoquismo y lo uso para hacer sonreír, pero sobre todo porque veo un chefcito en potencia en todo el mundo (bueno hay excepciones) porque he descubierto que el conocimiento que tengo, lo tienen todos por ahí, unos más a flote que otros, pero todos pueden acceder a él. El camino hacia el éxito, ese sí lo labra cada cual.
Bueno, pues aunque sí me parezca que cualquiera pueda cocinar, porque, no nos digamos mentiras, todos tenemos que comer, no todos cocinan con pasión y obsesión, y no tolero esa maldita frase de cajón de... es que no me queda tiempo. Acepto que a no todo el mundo le guste o le nazca, pero, ¿tiempo?, ¿en serio? Hay que comer y bien. Lo de la fuente inesperada es una reflexión sobre la obsesión, sobre una característica marcada que pienso que diferencia a los wannabes de los que cocinan de verdad. Los que se atreven, los que se untan y aunque les toque lavar una cocina inmunda y pegachenta, se sientan a comer y lo gozan o pasan un plato con una sonrisa interna (es interna y uno se sonroja con el cumplido) y luego observan en silencio como los demás comen.
viernes, 16 de octubre de 2009
folletín de sopas: una sopa de otoño para un día yerto, como diría mi mamá
Lo que hice me supo a otoño puro (mi estación favorita, en realidad la única que extraño de mi vida fuera del trópico), me llevó como a Ego en Ratatouille a Hyde Park Ny, a los manzanos que había en la calle de FDR Mantion, a los árboles sin hojas y por ende a los tapetes coloridos de hojas del color del atardecer en las calles; me recordó a los lattés de calabaza de Sratbucks, al helado de calabaza de sonic (que es una vergüenza, pero es lo más maravilloso que probé con Suzanne en camino a Arkansas y que luego extrañé como nada) , al pie de calabaza con masmelitos que hacen los gringos en molde desechable redondito, al cielo.
He decidido hoy escribir un folletín de sopas para compartir con todos y para reivindicarme once and for all con las sopas. Las amo. Esta, con variaciones que se me han ocurrido desde que la probé, se va a llamar sopa de acción de gracias, y la vuelvo una institución, porque la vuelvo.
Sopa de acción de gracias
Para 6 platos grandes
1 ahuyama peruana de más o menos 1 lb, picada
2 manzanas gala picadas
1 cucharada de aceite de oliva
1/2 cebolla cabezona en julianas
1 cucharada de jengibre picado
1 diente de ajo
1 ramita de tomillo
1 cucharadita de comino en polvo
sal y pimienta recién molida (nada de adefesios en polvo que no saben a pimienta)
3 tazas de caldo de pollo (para la acción de gracias, de pavo)
1/2 pechuga de pollo desmenuzada (para la acción de gracias, pavo)
1/4 de taza de suero costeño
Toppings (sí, hay más)
2 cucharadas de queso azul desmenuzado
2 cucharadas de nueces del nogal picadas (pueden ser piñones, o para acción de gracias, pecans)
crutones de manzana caramelizada... el cielo.
en una lata de horno ponga las manzanas y la ahuyama peruana pelada y cortada en cubitos, rocíe con un poco de aceite de oliva y pimienta negra recién molida y lleve al horno a 190C/ 375C por al menos 45 minutos, o hasta que la ahuyama esté blandita.
En una olla grande ponga a saltear en aceite de oliva la cebolla, el jengibre, el ajo y el comino. Baje el fuego y deje que las cebollas se suavicen, sin caramelizar del todo. Añada las calabazas y las manzanas cocinadas, mezcle y agregue el caldo y el pollo. Deje cocinar un par de minutos, licue y regrese a la olla (no hay que lavarla). Agregue el suero costeño, revuelva bien, pruebe y ajuste sal y pimienta ( yo ajusté hasta el comino).
Sirva en platos hondos (es demasiado rica para ponernos minimalistas) y por encima, ponga su topping favorito (yo le puse queso azul y no me arrepiento, sabe mássssimo.
Las variaciones de acción de gracias son con pavo, y le podría añadir cranberries, incluso chips de batata como topping... Otra variación, cortesía de otra sugerencia que me mandaron por el interno, es hacerla con pato... dios, puede ser que esa sea la entrada de mi última cena... Otra idea, tocineta como base de grasa (mucha caloría para la dieta, pero aguanta...)

miércoles, 30 de septiembre de 2009
una entrada corta, una sopa memorable
Poner media cebolla, 1/4 de tallo de apio y 1/4 de pimentón rojo a dorar con poco aceite de oliva, agregando sal y pimienta, tomillo si les gusta. Cuando las verduras estén blanditas, dorar el lomito en cubitos (no tiene que ser un montón, una manotada para 4 sopas grandes), agregar maíz desgranado (puede ser del de lata) y caldo de pollo, humo líquido, mezquita, pimentón picante al gusto (confianza en el ojo) y dejar cocinar el maíz. Licuar y ajustar el sabor (probar y no ser remilgoso) y dejar que se caliente bien antes de servir (no colar porque queda un agua; si está muy espesa, agregar agua o más caldo). Para quienes no estén en dieta, acompañar con suero costeño, queso crema, totopos... tyhe sky is the limit. Para mí, gelatina light y colombiana ligera.
Se me borró el recuerdo de sentarme frente a un plato de sopa y sentir llenura y acidez; y se reemplazó por una sonrisa, barriga llena y corazón contento. I like it. Una nueva magdalena para más entradas. Regreso a las galletas. Más tarde las fotos.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Helados

Tengo muchos recuerdos con helado. Tal vez el más triste sea saber que mientras yo tenía dos años y mi hermano era un recién nacido (y bien bonito el condenado) mi papá atravesaba por la crisis más tremenda de la vida con un cáncer en la boca. Las sesiones de radiación lo dejaron sin dientes y sin sentido del gusto, y mi mamá, en su sabiduría se dedicó a consentirnos a los tres con comidas suaves y blandas. Mi papá habla de cómo comía la misma papilla que yo, y de cómo el premio era un helado que aunque apetitoso para los demás sentidos no sabía a nada. sin embargo lo hacía sonreír. De esa magdalena triste se deriva toda la complicidad de mi papá conmigo en el campo gastronómico, porque una vez recuperó el sentido del gusto se dio a vivir como un gocetas (y gordo pero feliz). Me acuerdo que le fascinaba llevarnos a comer helado en Cream helado en una parte de la ciudad que no me era familar, pero que a él sin duda le traía recuerdos incluso de citas románticas con mi mamá.
Mi papá me introdujo al universo del helado en todas sus presentaciones; rústicas como los de primos, industriales, como los de haagen dasz, comerciales, como los de popsi que compra por deporte cada sábado. Me acuerdo mucho de la introducción al mundo del float de helado en cocacola, y me acuerdo de la dicha de Rodrigo mi hermano al "zamparse" esa vaina. Todavía hoy cuando ve uno en el menú, se transporta. También nos llevaba a comer Frozen Yogurt de fresa o el combiando de vainilla y chocolate en cono barato de color curuba, casi siempre blandito y viejo luego de caminar medio km en la ciclovía.
En el Helvetia nos daban los viernes cada cierto tiempo, un cono de helado cubierto con chocolate apenas duro y con un fondo de arequipe sensasional. Pero del helvetia lo más rico era comerse un platillo de galleta con chocolate y helado de ron con pasas. Ese sabor glorioso lo he visto desaparecer lentamente del mercado, y nunca olvidaré un comentario descriptivo de mi papá sobre el helado de ron con pasas que hoy me impide disfrutarlo del todo: helado de vainilla con moscos.
Hubo una época de oro de las paletas y helados en mi infancia tal vez el mejor producto con helado era los chicos, esos bocados de helado de distintos sabores con esa misma capa de chocolate que venían en una cajita, seguidos muy de cerca por las manotas de fruta (radioactiva) y las cremoletas con moras, que si hoy llegaran a mis manos me causarían una epifanía proustiana total y hasta Bryceana (porque la indigestión me atacaría). Extraño porfundamente las paletas de snickers que llegaron con la apertura económica de Gaviria y que se esfumaron cuando empezó la época de oro de cream helado, la industria. Cómo olvidarme de la época del Carulla gourmet en que vendían helados de Moevenpick, unos suizos perfectos, casi mejores que los de Haagen dasz que probé después en su fábrioca en Zurich en un viaje hace años ya.
Ya más grande el helado, que es obligatorio en la sobre mesa de cualquier almuerzo familiar en la casa de mis papás (mi papá siempre pregunta, "¿puedo comer heladito?, y mi mamá le abre los ojos, con empute pero con ganas en el fondo de comérselo, siempre sirviendo una perfecta bola vacía en el centro), se convirtió en acompañante para cosas más sofisticadas que los chips de chocolate: llegó al época de ponerle licores (la menta que lo deja verde radioactivo, el licor de frambuesa que literalmente emborracha al helado), frutos secos y mi favorito personal, higos.
En mi época de estudiante de cocina me volví una marrana porque por primera vez en la vida podía comprar Haagen Dazs ilimitado, y de ahí mi helado favorito para la escena curso de la depre: macadamia nut britle, o el sorbete de frambuesas. Eso es lo que me deberían dar cuando me disgnostiquen diabetis senil y me toque pasar al papayo. Un pote de cada uno, un vaso con agua y un par de valiums para que la indigestión y la muerte sean más llevaderas.
Cuando volví de la escuela de cocina y entendí los ingredientes de un helado verdadero (esa salsa de vainilla con mucho huevo, con vainilla de la vaina, con buena crema) salí disparada a comprarme una máquina, la misma que Suzanne tenía en mi apartamento de Poughkeepsie con la que me hacía el helado más decadente del mundo: butterpecan. He hecho muchos en la vida desde entonces; memorable uno de limón y albahaca que hice para mi debut con mis leidis y compañía, favorito de Natalia y que debo repoducir muy pronto en gratitud por ayudarme a descubrir el camino, uno de lichis que hice cuanod vino Darrylito a conocer Colombia, uno de maíz para una tarea de mi hermana y que fue, debo admitirlo, una copia de un helado de criteríon que me parece hasta hoy, magnífico y que me sirvieron con un soufflé de jamón serrano.
Imagenes memorables con healdo: una cáscara de mandarina vacía llena de helado de mandarina que servían en el restaurante Boston en el centro Andino y que hoy me parecé bien mañé y simplón, pero que me descrestaba en mi entonces muy limitada curiosidad gastronómica. Un chico derritiéndose en mi mano, sin saber de qué sabor iba a ser el helado en el centro... en mi familia era una competencia, un domingo viendo disney channel en parabólica con una paleta de snickers que valía su peso en oro, un helado de ron con pasas en coca de vidrio en la casa de mis abuelos, los dippin dots, el helado de rainbow de Baskin robbins, un sundae de macdonalds, un mcflurry de deditos (la edición limitada más exitosa de la historia de las adaptaciones a la colombiana), un affogato con espresso italiano.
El mundo sí es más sublime con helado. Lástima que por ahora no puedo comer.
jueves, 17 de septiembre de 2009
craving a burger
Mientras escribo esto hay frente a mí un plato vacío. Está untado y grasosito, deli. Mi apartamento se lleno del humo de la parrilla en la que cociné una hamburguesita especialmente deliciosa. La idea culinaria de hoy surgió en la ducha. Tenía una bandeja de carne molida descongelando y aunque me gusta la salsa bolognesa, ayer había comido. No importa cuán deliciosa sea la carne seca, le tengo susto; eso que lo haga un paisa y ojalá con fríjoles. No hago albóndigas, me las sueño junto con el "príncipe azul", por lo que están vedadas de mi repertorio culinario hasta que se llene ese vacío. ¿Que quedaba? Una hamburguesa. seguida de una serie de epifanías:
Me gustan mucho las hamburguesas que sirven en el corral y no sé como durantye mis infinitas dietas las evado. Una corralita, o una corral son pecados necesarios en la vida y no cuesta mucho encontrar quién lo acompañe a uno a comerse una. Nunca, eso sí, me como una hamurguesa del corral sola: descartado el almuerzo en el corral. También, admito, me gustan las del burger king, que no en vano es rey, pero sobre todo, de los anillos de cebolla. Y me gustan las coronitas, y qué. Odio las de macdonalds mucho antes de supersize-me y solo admito comérmelas cuando estoy borracha, cosa que hace mucho no pasa. Cuando estudiaba cocina solía tener un cómplice que me llevaba en su carro luego de tres supersized vodka cranberries o un Jaegerbomb (una vaina tenaz que tiene jaegermeister, redbull y alcohol genperico) -y seguramente algo más- a comerme una hamburguesa de macdonalds y siempre me ponía muy triste al final porque no era hamburguesa grasosa, ni sabrosa que me estaba imaginando (los que me conoce saben de mi premisa FAT MEANS FLAVOR). Luego me fui a mi dinner favorito y descubrí que la hamburguesa debe ser gruesa, que hay que ponerle buen queso y cebollas casi quemadas, salsa ranch... mmmmmmmmmmm el sitio, el Eveready (como las pilas) es sin duda un lugar al que llevaría a mi príncipe azul en un peregrinaje de recogimiento de mis pasos; ahí sirven la misma hamburguesa a las 7am a las 4am, a las 3pm. 24 horas para saborear. Nunca más me comeré una hamburguesa en presto, porque me intoxiqué y gracias a eso mi abuelo paterno me puso una vez en una dieta hedionda de agua de panela y papa asada SIN SAL que me marcó de por vida.
En Bogotá dicen que la hamburguesa de la bagatelle es buena, la de the place era genial -no sé si eso exista todavía- tenían unas mini delis (me estaba comiendo una mini con mi mamá y mi hermano cuando nos contó que venía una hermanita en camino, por lo que nos habían llevado a un sitio especial) y sepan, sin miedo a que me caigan encima que la de la hamurguesería es fea y seca (y aunque preguntan el término, según dicen ellos, deben cocinar la carne hasta un cierto grado por salubridad, cosa que me ofende, porque no me imagino de dónde sacan la carne para que tengan ese miedo latente). Una última epifanía del ingenio culinario colombiano: una hamburguesa entre arepas con queso que me comí en un sitio en Pereira. WOW. WOW. Es una sustitución digna de estrella michelín.
Y en cuanto a cocinar una hamburguesa, una vez infamamente molimos un poco de carne Kobe e hicimos una hamburguesa gourmet con otros cómplices tan dados a esa ñoñez como yo(copiando a un chef avión que las vende en NYC a 100 dólaresa piece) . Le pusimos un queso añejo ridículo que nos robamos... hongos silvestres, salsa bbq hecha por nostros... mejor dicho, una creación de horas. Es sin duda la mejor hamburguesa que me comí hasta hoy, pero tengo tantas imaginadas que no puedo decir del mundo. Sueño con comerme una en el spotted pig y tal vez la muy cara de Bouloud, porque la hamburguesa es perfección, y hay que probar muchas en la vida. Hoy decidí mezclar esa carne molida que flotaba entre agua en mi lavaplatos con una cebolla cortada finamente, con tomillo, paprika, humo líquido, sal y mucha pimienta, ponerla sobre mi parrilla engrasada y proceder a asarla bien por fuera; le puse unos champiñones salteados y unas cebollas casi quemadas, y por último un queso provolone cortesía de Carulla. Tosté el pan, hice unas papas (hamburguesa sin papas o anillos es SACRILEGIO) y le puse tomate cortado delgado - delgado tipo Mariana Perdomo comiendo queso- y suero costeño. Quedó muy bien, esta noche figuró caldito con manzana.
Odio, relacionando con el tema d ela hamburguesa, las lonchitas de algo parecido a queso, los pepinillos, la salsa de tomate y los dispensadores de mayonesa- la mayonesa me gusta pero no me la puedo comer cuando sale de esos adefesios-. La cocacola light, la cerveza caliente, la leche en vaso, copa, taza o tetero.
Y por último, detesto el timbre de mierda que tienen los vecinos del edificiofdel frente para que les abran el garaje (es ofensivo oirlo di tu 5am) y que retumba gracias al eco en mi ventana.
Me cumplí el antojo, a ver que sigue.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
mañas y costumbres cotidianas (nostalgia por lo perdido)

Yo siempre me como los sándwiches por los bordes, porque pienso que los bordes son lo peor del pan y en el centro está lo mejorcito que tiene el sándwich. Es una maña. Y tengo miles. Me sirvo el tinto y lo dejo enfriar, me lo tomo semifrío, o sea, tibio y en mil sorbos (nunca me sirvo un tinto si no dispongo de 20 minutos). Cuando tengo ansiedad busco dos cosas: snickers de los grandes (me puedo comer varios en una sola sentada) o ponqué ramo de coco (al que también porcedo a quitarle los bordes "quemados"). Tomo cocacola y fumo como una bestia cuando estoy bloqueda y no puedo escribir (no me sirve nada distinto a la cocacola, a menos que sea de noche y tenga a la mano un litro de Grey Goose o una cerveza helada). La chocolatina jet solo me la puedo comer por pastillas bien cortadas, una por una (aunque entera entre pan de 100...) y el helado me gusta reposado, blandito, cuando ha dejado de ser helado en el más estricto sentido de la palabra. Cuando cocino no uso medidas, por lo que soy mejor con la cocina que con la pastelería; pruebo con el dedo y siempre tengo sal, azúcar, balsámico y pimientas de distintos colores al alcance de la mano. Odio el huevo frito con la yema dura y la carne que se pasa de término medio. La gente que deja los gordos de la carne en el plato me ofende (como diría un caleño, comete un pollo). Me molesta el hígado de res, pero los de los demás animales, ojalá salteaditos en mantequilla y con cognac o whisky, me matan. No hay nada más sexy que un tomate maduro con sal gruesa o un espárrago y nada más horrendo que un pepino relleno. Mañas y costumbres.
Hoy comí dos cosas muy clásicas en el mundo: un PB&J, un sándwich de mantequilla de maní JIFF (que no tenía desde que vivía con Suzanne en Poughkeepsie) y mermelada fruco de mora. No me comía uno de esos emparedados desde hace tiempos, por lo que sonreí. Es una combianción que aun me sorprende. Quien la haya descubierto (y me sospecho que fue un soldado, porque en tiempos de guerra es que se conoce la recursividad culinaria), es un duro.
Por otro lado me comí un huevo duro entre otro sándwich (recurrente en el día). El huevo es uno de esos ingredientes que es repulsivo y magnífico a la vez. Tengo épocas muy largas en las que no puedo ni verlo y otras que por el contrario, me salva de unos episodios de hambre muy bravos.
El ingrediente para el huevo es una buena sal y una mostaza. Clásico.
Invento culinario del día (de ayer porque hoy no cociné sino recalenté, tratando de recuperar el computador): dientes de ajo con tomillo, cebollita picada, hongos crimini, una pechuga hervida un par de minutos, todo salteadito en aceite de oliva. Luego lo pongo sobre pan pita con suero costeño y mucha piemienta fresca. Quedó BOMBI.
Me gusta: Italia. Vi un episodio entero de Food porn cortesía de Bourdain. Sardinia. Además de la comida espectacular, ese hombre estaba de morir. Salió con su hijita en vestido de niña, con su mujer que es lo más italiano posible, y sentado comiendo verdaderos manjares: un prosciutto generosamente grasoso y una variedad envidianle de carnes curadas, una multitud de quesos de cabra frescos y un pecorino de oveja partod con cuchillo de viuda negra italiana, una miel que de solo verla da ganas de empalagarse con ricotta de minutos de fabricación, pastas enrolladas a mano, cabrito a la brasa, cochinillo desinflado, tripas y hasta un conejito blanco (como diría mi papá: "cuando eras chiquita te enfurecía que pidiera conejito blanco, pero algún día..."). Italia sin duda es un paraíso culinario y debo abrir una cuenta de ahorros destinada a pasar una temporada considerable comiendo por allá. NOTE TO SELF.
No me gusta. Bueno, pues me desahogo contra los malditos virus que se meten en los computadores. Llevo 3 días víctima de un ataque cibernético que me hizo perder todas mis fotos de mi comida (solo me queda facebook, o sea, nada) mis registros de clases y mis eventos y algunas ideas que tenía guardadas para desarrollarlas y 400 canciones. Odio ver mensajes amistosos de Microsoft cuando estoy a punto de arrancarme los pelos y tengo tos de fumadora nerviosa. Odio que el lenguaje sea vago y que uno sienta que si selecciona la opción equivocada se viene el acabose. Siempre me acuerdo de un episodio de sex and the city en que a Carrie se le apaga su MAC y le sale un sad mac. tengo terror, aunque en pc no haya tal de esa carita con ojos hechos de signos más. Es más diabólico que los payasos, y eso es mucho decir.
Hoy salieron las quesadillas en televisión. Nunca había visto tan poca desteza para armarse una simple queca, para cortar un queso brie, para rellenar. Mi receta es magnífica pero fue muy muy muy mal interpretada. Mi maña con las quesadillas es poner queso en toda la superfice de la tortilla con la esperanza, tal vez tan mía como la de comerme primero los bordes del sándwich de que la quesadilla quede gordita y no me sepa a harina. Mañas.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Popurrí 1: acidez de lenguaje y recuerdos que traen más recuerdos
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Este blog se vuelve activo. Consideraciones del día
